autoridad política común europea que reco-
ja el poder de decisión política y control
económico que van perdiendo los gobier-
nos de los diversos países integrados y que
herede las funciones de previsión social
que habían venido ejerciendo. El gasto gu-
bernamental con destino a fines sociales se
ha reducido bastante; los gobiernos nació-
nales no pueden asumir y se desentienden
de sus anteriores tareas de velar por la es-
tabilidad y el crecimiento económico. En
otro tiempo dichos gobiernos disponían de
palancas, como la regulación de los tipos
de interés y los impuestos para fomentar el
empleo total. Hoy, en el marco de la econo-
mía globalizada no se pueden aplicar esas
estrategias a escala nacional y el mundo
carece de un ente político global capaz de
aplicarlas a escala internacional.
Cuesta trabajo identificar, sin más, a la au-
toridad política, gubernamental, con los in-
tereses de los pobres y los explotados de la
tierra. En realidad, existieron a lo largo de
la historia todo tipo de poderes políticos ti-
ránicos y opresores, y casi siempre los go-
bernantes estuvieron al servicio de las cla-
ses dominantes. Fue una larga historia, aún
no cerrada, la de la lucha de los pueblos y
las clases oprimidas por la conquista de los
derechos políticos y sociales. Pero lo cierto
es que como resultado de esa permanente
lucha de clases se llegó a alcanzar un cierto
nivel de compromiso y ligazón entre las
instituciones guberna
m
entales
,
estatales
,
pú-
blicas
,
políticas o como se las quiera lla-
mar, y la búsqueda de soluciones encami-
nadas al bien común de la sociedad. Diga-
mos que pasó a formar parte del bagaje cul-
tural de nuestra civilización la idea de que
los poderes públicos extraen su legitimidad
precisamente de su dedicación a procurar el
bienestar y el progreso de todos los ciuda-
danos. De hecho, eso es lo que prometen,
de forma genérica, los programas electora-
les de todos los partidos políticos e incluso
la auto-propaganda de todos los regímenes
dictatoriales del signo que sean. Pues bien,
en esta economía global que se está conso-
lidando bajo el signo ideológico de un libe-
ralismo que recorta el poder público en
provecho de la gestión privada, ni las de-
mocracias ni las dictaduras dispondrán de
capacidad para intervenir en el terreno eco-
nómico salvo que lo hagan a medida de los
intereses de las grandes compañías. El pa-
pel reservado a los gobiernos nacionales en
el nuevo orden
m
undial es ejercer de policías
para asegurar un orden en el que las
m
ulti-
nacionales puedan continuar su explotación
sistemática del planeta sin preocuparse de
las consecuencias sociales y ecológicas.
Por eso los pueblos deben batallar por un
papel protagonista que le quieren arrebatar,
y por la defensa e incremento de unos de-
rechos políticos y sociales que forman par-
te de su civilización. El vacío de poder que
dejan los políticos mercenarios que propi-
ciaron la implantación de los explotadores
del mundo debe ser llenado no por los mer-
caderes transnacionales sino por un poder
político universal que encarne plenamente
los intereses y las aspiraciones de toda la
humanidad.